Cuando Eugenio María de Hostos (Mayagüez, 1839-1903) fue proclamado el 16 de diciembre de 1938 en Lima, por la Unión Panamericana, “Ciudadano Eminente de América”, la comunidad de estados americanos sabía lo que hacía.
La UNESCO, en noviembre de 1988, invitó a los países miembros a conmemorar el sesquicentenario del natalicio de Hostos, y conforme con ello, la Universidad de Puerto Rico celebró un congreso internacional en el Recinto de Río Piedras que contó con figuras de la talla de Leopoldo Zea, Fernando Aínsa y Juan Bosch, entre otros, y fundó el ahora desinstalado Instituto de Estudios Hostosianos. Para el Centenario de la muerte de Hostos, sólo el Recinto de Humacao de la Universidad de Puerto Rico –a través de la Revista EXÉGESIS– y el Municipio de Mayagüez se acordaron de conmemorar un acontecimiento que en su momento impactó de arriba a abajo el continente y produjo, entre otras cosas, el hermoso volumen titulado “Eugenio M. Hostos: Ofrendas a su memoria” (1904). Estos tiempos son lo que anticipó Antonio Pedreira: los del “ilustre desconocido”.
Repaso algunos textos que se me antojan para proyectar la figura histórica de Hostos dentro del contexto del Bicentenario de la Independencia de los pueblos de Nuestra América y las múltiples gestiones que se hacen para integrar una comunidad regional de la América Latina y el Caribe. La idea de la integración, de la “patria grande”, es uno de los pilares fundamentales del pensamiento latinoamericano por ser el que construye la noción de la propia identidad –punto de partida según Hostos– y con ella la fragua de una utopía de redenciones, y, por lo tanto, los corolarios de su porvenir Don Juan Bosch destaca en su biografía “Hostos, el sembrador” que Hostos tuvo la temprana intuición de la unidad antillana sobre el mar, durante sus frecuentes viajes entre España y Puerto Rico, quizás entre el 1858 y el 1862. Hostos le da a Bosch el pie para esa idea cuando apunta tal cosa en el prólogo a la segunda edición de “La peregrinación de Bayoán”, novela –“poema-novela” la llama Hostos– que Josemilio González considera una de las más importantes novelas latinoamericanas románticas, y en la que ya se ve, se siente y se afirma esa identidad antillana de frente a la metrópoli española, aunque aún crea posible, el joven Hostos de entonces, la construcción de una federación española que incluya a las Antillas. Esa novela se publicó en el 1863, en Madrid, a partir, según parece haber quedado demostrado, de porciones de ese diario que Hostos escribió durante gran parte de su vida. Hostos ve en la novela “un grito sofocado de independencia”, aunque abogue en esos años, por estrategia, por una federación republicana y antimonárquica.
Hostos se distingue de todo el liderato revolucionario por preocuparse más por la libertad que por la independencia. Su obsesión es la tarea a realizar después de la independencia para garantizar la constitución de sociedades libres. Es esa obsesión la que lo mueve a defender la idea de la Confederación de las Antillas tras descartar en el 1868 la posibilidad de constituir sociedades libres en las Antillas con la participación de España. La confederación era necesaria para hacer viable la construcción de sociedades libres en las Antillas que pudieran enfrentar las dificultades del porvenir y los peligros de los países poderosos que acechaban las islas del Caribe.
Juan Antonio Corretjer, José Ferrer Canales, Jorge María Ruscalleda, Emilio Roig y otros autores indagan el origen de esta idea de la Confederación Antillana. Según Corretjer, la idea la propone en las Cortes de Cádiz el cubano José Álvarez de Toledo, en el 1811, lo que desbancaría el primer lugar atribuido a Simón Bolívar. El libertador venezolano, en realidad, lo que hace en Jamaica (1815) es incluir a Cuba y a Puerto Rico en el proyecto emancipador. Ferrer Canales y otros autores destacan que fue durante la guerra de restauración de 1863-65 en la República Dominicana, guerra que demostró que España podía ser derrotada con las armas, que Luperón y otros líderes proyectan concretar una confederación con Haití. Luperón, Ramón Emeterio Betances y Hostos serían buenos amigos. De Betances se señala que propone la idea de la confederación antillana en una proclama de 1867.
Está errado, luego, Fernando Aínsa, cuando dice que el latinoamericanismo de Hostos se genera a partir de la experiencia del exilio, pues, como vemos, es anterior a la etapa que inicia en el 1869, si el antillanismo es parte, o al menos, germen, de ese latinoamericanismo. Lo que es indudablemente cierto es que el mismo se nutre y fortalece en la convivencia con la nutrida emigración neoyorkina, y que se profundiza y sistematiza durante su peregrinación por los países de la América del Sur (1870-1874). Sorprende la conciencia latinoamericana y bolivariana de Hostos nada más al llegar a Colombia y Panamá. Aún en Nueva York, en enero de 1870, advertía del peligro que padecían las Antillas ante el poder de “absorción” de los Estados Unidos. Luego, en Panamá, habla claramente de los peligros del imperialismo norteamericano, de la importancia de mantener neutral el canal centroamericano a construirse ya fuera en Panamá o en Nicaragua, de la necesidad de constituir una confederación centroamericana que incluyera a las Antillas, y que “las Antillas son, políticamente, el fiel de la balanza, el verdadero lazo federal de la gigantesca federación del porvenir”.
Celebrando el 140 aniversario de la Confederación de las Antillas
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