18 jun 2012

El exilio permanente de Eugenio María de Hostos


Marcos Reyes Dávila/ Las Letras del Fuego

Decir que Eugenio María de Hostos fue un exiliado es una perogrullada. Nacido en el 1839, salió a estudiar a Bilbao en el 1852 con solo trece años, de modo que al morir en el 1903 había vivido en Puerto Rico entre quince y dieciocho años, a lo sumo, si se cuentan las breves temporadas que vivió en la isla y la estadía de casi dos años tras la invasión norteamericana de 1898. No obstante, el “ilustre desconocido” fue reconocido en las asambleas que se celebraron en Puerto Rico para elegir a los comisionados que representarían al país ante el gobierno de Wáshington.

Aunque Hostos sí reconoció a las organizaciones antillanas de la emigración, es interesante observar que, en cambio, al regresar a Puerto Rico en el 1898, Hostos no apeló a los partidos políticos existentes en el país sino a los poderes civiles con los que intentó organizar la Liga de Patriotas para reclamar el derecho del pueblo de Puerto Rico a la celebración de un plebiscito. En Mayagüez intentó fundar un instituto municipal de educación. La Ley Foraker de 1900 y la inercia política de los puertorriqueños que nos ha impedido exigir y realizar en más de 113 años de coloniaje norteamericano un solo  plebiscito verdadero, lo puso de regreso en el exilio.

Sabido es, por otra parte, que en el 1874, ante el encargado de pasajes en un puerto de Brasil, Hostos contesta que no tiene pasaporte porque no tiene nacionalidad: “Estoy creándola”, responde. Tomando en cuenta todo lo anterior uno se pregunta sobre el sentido del exilio en Hostos.

Martí dijo que no habría literatura hispanoamericana hasta que no existiera Hispanoamérica. En el espíritu de esa expresión late implícita la idea de que bajo la vida dependiente, colonial no existe verdaderamente un país. Hostos sentenció como principio de los “Independientes”, que “la Libertad era un modo absolutamente indispensable de vivir”. Y es que Hostos no concebía la vida fuera de la libertad. Por eso su proyecto educativo era irrealizable en un medio colonial.

Hablábamos la otra noche en Radio Isla, en el programa de Gustavo Rodríguez, “Sálvese quien pueda”, de la necesidad o conveniencia de implantar en Puerto Rico un programa educativo hostosiano. Es imperativo concluir que no es posible hacerlo. El anuncio por parte del Departamento de Educación de que no se celebrará más la Semana de la Puertorriqueñidad es consistente con un gobierno que reduce a la indigencia los programas y las instituciones culturales y se pinta a sí mismo como el "patito feo" de Llorens.

El programa educativo hostosiano parte del reconocimiento propio, del círculo concéntrico más cercano del estudiante que es el yo propio, y luego, el núcleo familiar inmediato. Cualquiera sabe que en Puerto Rico el sistema niega, rechaza y repugna de la propia identidad y que la educación huye del reflejo de su propio rostro en un espejo. La colonia corroe, mina, carcome, desarticula la identidad propia porque la identidad individual ampara sus columnas en la zapata o zócalo de la nacionalidad. La vida política en una colonia es colonial, invariablemente, del mismo modo que lo es la vida cultural. Lo que se levanta en el país es un garabato, una parodia, un remedo.  Es por eso –aparte de la horca y el componte– que Hostos no pudo vivir en Puerto Rico ni pudo levantar exitosamente la Liga de Patriotas y el Instituto Municipal.

Sus restos, que descansan con fuego eterno en el Panteón de los Héroes de la República Dominicana, viven un exilio que seguramente él supo que sería permanente.

2 comentarios:

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  2. Gracias por explicar lo que buscaba en forma breve. Pero, sobre todo, gracias por ese cierre tan emotivo y certero.

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