Por José Manuel Dávila Marichal
Tomás López de Victoria fue uno de los principales protagonistas de los acontecimientos más trascendentales del siglo XX puertorriqueño: la Masacre de Ponce. A pesar de su importancia histórica, el patriota permanece en el olvido.
López de Victoria nació en Juana Díaz, Puerto Rico, en 1911, aunque se le consideraba ponceño, ya que pasó la mayor parte de su vida residiendo en Ponce. Durante el proceso investigativo, no logramos recopilar suficiente información sobre sus primeros años formativos; sin embargo, logramos hallarla en los Censos de 1920 y 1930.En el primero de éstos, Tomás aparece con dos posibles nombres: Tomás Laboy Y Laboy y Tomás López Y Laboy. A pesar de que aparece registrado como de “raza” blanca, sabemos que era mulato, gracias a la fotografía. Para ese entonces, tenía 9 años de edad y residía con su madre, Rita Laboy de Pérez (de 44 años, costurera y cabeza del hogar), su hermana Pura Laboy Y Laboy (de 19 años y caladora) y su abuela Manuela Martínez de Laboy (de 71 años y costurera), en el barrio Quarto de Ponce. Vemos que sus tres protectoras eran obreras, como muchos de los que más tarde serán sus compueblanos nacionalistas. Ni en el censo de 1920, ni en el de 1930 aparece el nombre del padre de Tomás. Se crió en la pobreza, en un barrio de las clases menos privilegiadas. No obstante, gracias al sacrificio de dichas mujeres, pudo ir a la escuela elemental, en donde aprendió a leer y escribir. Al parecer, no logró realizar estudios más avanzados; así lo cree su compañero de lucha, Don Estanislao Lugo.
En el censo de 1930, Tomás aparece con el nombre de Tomás López, y su hermana como Pura López. Ambos seguían residiendo en el mismo barrio de Ponce, junto a su madre, abuela y una nueva integrante de la familia, su prima, Inés Santiago, de 29 años. En este momento, todas eran costureras, a excepción de la abuela, quien probablemente se había retirado del oficio. Tomás, al parecer, no tenía empleo.
Era un hombre místico. Sobre sus creencias religiosas, sabemos que practicaba el espiritismo y que solía decir que “los espíritus lo aconsejaban.” Además, Jacinto Rivera Pérez señala que López de Victoria formó parte de una Logia Masónica que fundaron masones independentistas puertorriqueños, y que, “era un estudioso de la organización de los Rosacruces y para muchas actuaciones de su vida seguía normas de esa institución.”
Desde muy joven, Tomás López de Victoria es atraído por y se familiariza con las ideas que practicaban y defendían los miembros del Partido Nacionalista de Puerto Rico. Dicha organización, abiertamente bolivariana y antiimperialista luchaba por la independencia y soberanía de Puerto Rico. Es muy posible que Tomás haya establecido contacto con la organización a través de su hermana mayor, Pura, quien era miembro del colectivo, pero también pudo haber sido a través de las Sub-juntas del Partido Nacionalista, ya que la gran mayoría de éstas se encontraban precisamente en los barrios obreros y pobres de la isla.
A pesar de no haber podido estudiar, recibe cátedra de sus líderes, en Ponce, en especial de José Enamorado Cuesta -líder nacionalista, comunista, militar, poeta, historiador, y amigo personal del Presidente del Partido Nacionalista, Don Pedro Albizu Campos-, a quien durante los primeros años de la década de 1930 le tocó llevar a cabo una intensa campaña en favor de la independencia de Puerto Rico en Ponce y, gracias a ésta, logró concienciar e inspirar a toda una generación de jóvenes patriotas ponceños.
En 1932, con 20 o 21 años de edad, decide ingresar oficialmente al Partido Nacionalista y jura dar la vida y la hacienda en la lucha por la independencia de Puerto Rico. Don Eufemio Rodríguez Pérez, zapatero y abnegado luchador nacionalista, juramentó al patriota. Desde ese momento, Tomás abraza fervorosamente el ideal nacionalista y ese mismo año se juramenta como Cadete de la República en Ponce. El cuerpo de cadetes era una organización cívico-militar organizada por dicho Partido en los diferentes pueblos de la isla, con el fin de disciplinar a la juventud nacionalista. Utilizaban un uniforme que consistía de pantalón blanco, zapatos negros y camisa negra de manga larga, la cual simbolizaba el luto de la patria por la opresión colonial norteña, con la insignia de la cruz de Jerusalén en el hombro izquierdo y un gorro militar tipo kepis. El uniforme sólo era utilizado en las conmemoraciones y paradas que se organizaban. Los cadetes tenían prohibido, además, llevar armas a las paradas y actividades del partido.
En dicho cuerpo, Tomás recibe instrucción militar y aprende sobre la importancia del valor y la disciplina revolucionaria. Para ese entonces, los cadetes de Ponce recibían instrucción militar de José Enamorado Cuesta, quien era el Comandante de Instrucción del Cuerpo de Cadetes de la República. Tomás se destaca como líder entre sus compañeros cadetes, y se gana la confianza de los altos líderes del Partido en Ponce, en especial la de su instructor. Durante el proceso de instrucción, probó ser el más apto y confiable de los muchachos que se adiestraron en el manual de armas con cabos de hacha. Es por esta razón que Enamorado Cuesta lo condecora con el rango de Capitán del Batallón de Cadetes de la ciudad de Ponce. Desde entonces, se dedicará “exclusivamente al partido y a organizar a los Cadetes.” A veces, hacía un poco de todo para sostenerse, ya que no tenía un trabajo fijo.
Le tocará a López de Victoria, como Capitán de los Cadetes de la República de Ponce, prepararlos militarmente. Tomás era un excelente instructor. Sobre este particular, su discípulo, Estanislao Lugo, dijo que: “ponía mucho empeño en enseñar a los cadetes en hacer sus movimientos…” El entrenamiento militar que recibían “era como si fuera un pelotón del ejército”, pero con mandos en español. Como instructor era “serio y estricto” y muy “exigente con la disciplina”; de hecho, el cadete que no cumpliera con las reglas, podía ser expulsado. Al parecer, ante un acto de indisciplina, sólo mediante una excusa justificable el cadete podía evitar la sanción. Por ejemplo, el 11 de marzo de 1937, la Sra. L. M. de Escobar, esposa del Teniente de los Cadetes de Ponce, Elifaz Escobar, le envía una carta a Tomás López de Victoria, con la intención de que se excusara a su marido por no haber podido ir a practicar los ejercicios militares: “Elifaz no puede asistir a los ejercicios porque llegó bastante enfermo del trabajo.”
Sobre la disciplina de Tomás, José Enamorado Cuesta señala que en una ocasión en que los Cadetes de la República marchaban por la Calle León, en Ponce, con López de Victoria como Capitán, el jefe de la policía llamó a Enamorado para comunicarle que no podían marchar por dicha calle. Cuesta llamó a Tomás y le dijo: “Manda columna derecha, columna derecha otra vez, y salimos por otra calle.” Tomás no solicitó explicaciones. Era de férrea disciplina.
Además de ser un hombre disciplinado, era -según uno de sus discípulos- “fiel y sincero” y un “gran ser humano.” También, como Pedro Albizu Campos, López tenía un gran sentido del humor. A manera de ejemplo, Tomás le decía al líder máximo del nacionalismo, quien era muy católico, para observar su expresión, que cuando Puerto Rico fuera libre expulsaría a todos lo curas de la isla.
Es imposible hacer la historia de la Masacre de Ponce, sin mencionar a Tomás López de Victoria, ya que fue él, como Capitán de los Cadetes, quien tuvo la disciplina y el valor de transgredir el “orden” colonial, desafiar, enfrentar y desenmascarar al imperialismo estadounidense.
El 19 de marzo de 1937, la Junta Nacionalista de Ponce envía a la prensa un comunicado en el que anunciaba una actividad que se llevaría a cabo el 21 de marzo de 1937. En ésta, se pretendía conmemorar la abolición de la esclavitud y protestar por el encarcelamiento de Pedro Albizu Campos y otros líderes del nacionalismo. Además, el comunicado anunciaba una concentración de las Divisiones de los Cadetes de la República y el Cuerpo de Enfermeras del distrito de Ponce y de los pueblos adyacentes, para recorrer las principales calles de la ciudad, y luego celebrar un gran mitin público en la Plaza Muñoz Rivera a las 8:00 p.m.
El 21 de marzo de 1937 asistieron a la parada de Ponce cerca de 80 miembros del Cuerpo de Cadetes y el Cuerpo de Enfermeras de la República, la mayoría de ellos de los pueblos de Ponce y Mayagüez. Según llegaban debidamente uniformados, se iban colocando de tres en fondo, como veinte en cada fila. Al frente se encontraban los cadetes de Ponce, capitaneados por Tomás López de Victoria y Elifaz Escobar (su Teniente); seguían los de Mayagüez, bajo el mando del Capitán de Cadetes, Orlando Colón Leiro; les seguían las integrantes del Cuerpo de Enfermeras, y la orquesta de músicos. Como de costumbre, todos los cadetes estaban desarmados, sólo llevaban rifles de palo, que utilizaban para marchar y llevar a cabo sus prácticas militares.
Pero, para sorpresa de muchos de los presentes, además de los Batallones del Ejército Libertador, también asistieron de 150 a 200 policías armados con rifles, carabinas, subametralladoras Thompson, bombas lacrimógenas, revólveres, macanas, toda la parafernalia necesaria para matar. Los policías rodearon por todos los puntos cardinales a los Cadetes y las Enfermeras, sin dejarles espacio para la retirada. A pesar de la atmósfera de terror, Tomás, quien era según su amigo y compañero de lucha, José Antonio Torres Martinó, de un “carácter sólido”, no se dejó amedrentar, mantuvo la compostura y a los cadetes y enfermeras estáticos en sus posiciones.
El jefe de la policía se acercó al liderato nacionalista y les comunicó que la parada militar no podía llevarse a cabo. Del mismo modo, el oficial de la policía, Soldevilla, intentó persuadir a Tomás para que suspendiera el desfile. Según el entonces Cadete de la República y sobreviviente de la Masacre, Miguel Ángel Echevarría, fue tanta la insistencia de Soldevilla que en varias ocasiones azotó fuertemente en el pecho a Tomás con una fusta, pero éste se mantuvo firme en sus propósitos originales. Eufemio Rodríguez, también recuerda ese suceso y señala “que minutos antes de comenzar la marcha un teniente de la policía insular cogió una fusta y se la puso en el pecho a Tomás López de Victoria tratando de impedir que los Cadetes de la República comenzaran la marcha programada.”
El licenciado Manuel Caballer -sobreviviente de la Masacre de Ponce y amigo personal de Tomás López de Victoria- afirma que el Ingeniero Municipal del pueblo de Ponce, el Sr. Amill, también se le acercó a López de Victoria para suplicarle que disolviera la parada. López de Victoria le respondió que él sólo era el Comandante militar, que fuera a discutirlo con los líderes civiles de la Junta Nacionalista de Ponce, que él acataría lo que ellos le ordenaran. Mientras el ingeniero discutía con la directiva de la Junta Nacionalista, López de Victoria temiendo que éstos le ordenaran suspender la parada, se dirigió a los músicos, y ordenó que comenzaran a tocar. Los músicos, comenzaron a tocar la Borinqueña pero, con un desgano “que daba pena.” López, se molestó ante la debilidad de los músicos, y exigió efervescencia, por eso gritó: “Música, Puñeta”. La reacción de Tomás enardeció el ánimo de los músicos. Al finalizar la música, el público aplaudió, mientras otros dieron vivas a la República de Puerto Rico.
Una vez la banda finalizó, López de Victoria, quien se encontraba al frente del batallón, junto a los abanderados del cuerpo de cadetes, Porfirio Rivera Walter y Santiago González, levantó su espada de madera y, armado de valor, ignoró toda la artillería pesada que tenía de frente, dio la orden de atención, y prosiguió: “¡firmes, de frente, marchen!” Sus discípulos, como buenos soldados disciplinados, no cuestionaron la orden de su Capitán y comenzaron a marchar, desarmados, frente a los cañones del enemigo. Simultáneamente con la orden de Tomás, se escucho un disparo; así comienza el suceso que ha sido bautizado por el pueblo puertorriqueño como la Masacre de Ponce.
Los Cadetes en formación, sin romper filas, recibieron la primera descarga. Inmediatamente, Tomás López de Victoria ordenó a los cadetes y enfermeras tenderse en el suelo; dio el mando: “de cara al suelo,” pero él se quedó de pie, y fue herido. Gracias a ese ejercicio protectivo, aquellos que escucharon la orden se tiraron al suelo y lograron salvar sus vidas, ya que las balas les pasaron por encima. La policía militarizada estuvo disparando indiscriminadamente por espacio de unos quince minutos.
Como consecuencia de los disparos, hubo un total de 22 muertos y entre 150 a 200 heridos. Muchos de sus discípulos fueron impactados por las balas; dos de ellos, Luis Jiménez y Bolívar Márquez, no corrieron las misma “suerte” y murieron como consecuencia de los disparos.
Como mencionamos, Tomás López de Victoria fue uno de los heridos, recibió un balazo en el lado izquierdo del abdomen y una contusión en la cabeza, la cual alegó que le fue inferida por la policía con una macana.
El hecho de que los cadetes y enfermeras decidieran obedecer la orden de Tomás, nos dice mucho sobre su carácter y capacidad como instructor militar. Quedó demostrado que era un hombre extremadamente valiente y un excelente instructor, ya que sus discípulos habían adquirido dos virtudes vitales para el funcionamiento de un cuerpo militar: valor y disciplina. En entrevista a Estanislao Lugo, sobreviviente de la Masacre de Ponce y Cadete de la República, le preguntamos por qué los Cadetes obedecieron la orden de marchar, a pesar de la atmósfera de terror. Él nos respondió: “El cuerpo de cadetes era un cuerpo disciplinado. Cuando tú estás, cuando tú eres parte de un cuerpo disciplinado, tú tienes que obedecer las órdenes, como la obedecen los soldados, como la obedece la policía.”
Para muchos, la decisión de ordenar marchar a los cadetes puede ser percibida como un acto de locura. Pero dudamos mucho que él haya perdido la cordura. Sabía que como capitán militar tenía que dar el ejemplo, había hecho un juramento, el de dar vida y hacienda en la lucha por la independencia de Puerto Rico y, como buen revolucionario, no se dejó amedrentar, decidió desafiar a las fuerzas represivas del Imperio y cumplir con su responsabilidad patriótica. Y es que, como expresó el Lcdo. Manuel Caballer, López de Victoria sabía que si en la primera confrontación grande, el Partido Nacionalista se rendía y se entregaba, el partido quedaría destruido para siempre, ya que significaría la derrota moral del movimiento. Con su acción ese día, Tomás salvó el honor del partido y llevó a la práctica el dogma albizuista: “La Patria es valor y sacrificio.” Albizu Campos, nunca olvidaría el valor, la abnegación y el espíritu de sacrificio que demostró ese, 21 de marzo, López de Victoria. En un discurso pronunciado doce años después, en la conmemoración de la Masacre de Ponce, Albizu Campos exaltaría la gesta de Tomás, como símbolo del verdadero patriotismo.
Como era de esperarse, Blanton Winship -autor intelectual de la Masacre de Ponce, general del Ejército de los Estados Unidos y Gobernador de Puerto Rico-, hizo responsable de la matanza a los nacionalistas. Un grupo de ellos, entre los que se encontraba López de Victoria fueron arrestados, encarcelados, y llevados a juicio. Se les acusó de motín, asesinato, portación de armas y ataque para cometer asesinatos. Sin embargo, después de tres meses de pruebas y contra-pruebas terminó el juicio, y un jurado compuesto por puertorriqueños, entre los cuales no figuraba un solo nacionalista, ni un liberal, rindió un veredicto de absolución total.
Ni la experiencia de la Masacre, la persecución, las heridas, el asesinato de sus compañeros, los juicios o la cárcel, lograron destruir al “monolítico” e “inexorable” de Tomás López de Victoria, su lucha continuaba.
José Manuel Dávila Marichal Estudiante Graduado de Maestría en Historia en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras
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