Escrito por Linda Colón Reyes/ Prensa Comunitaria
En la época que vivimos muchos han perdido la esperanza de ver su vida cambiar, otros han observado como su condición de vida empeora. El desempleo se esparce, el gobierno despide miles de personas y miles radican la quiebra al no poder pagar sus deudas, en otras palabras ingresan al grupo de los pobres.
Es indudable que la palabra pobreza tiene una carga emocional e ideológica muy grande. Durante siglos se ha hecho referencia la misma, bien sea para plantear la desgracia de su existencia o para justificar su necesidad. Todas las sociedades a lo largo de la historia coinciden en que la pobreza es una calamidad, un infortunio para quienes la sufren. En lo que difieren las diversas posturas es en torno a cómo solucionarla y en sobre quienes recae la responsabilidad de su existencia. Para algunos la pobreza es un castigo de Dios o de la naturaleza, un mal eterno que siempre ha existido y existirá. Para otros es el fruto de la ignorancia, de los prejuicios, del egoísmo y de la riqueza acumulada y el afán de lucro de unos pocos a expensas de otros. Hay quienes la conciben como un castigo de una sociedad injusta, como un pecado social, moralmente condenable o como la consecuencia de la vagancia y la falta de interés de quienes prefieren vivir del gobierno. En síntesis, la pobreza es una realidad creada por el ser humano y de éstos depende también su persistencia o erradicación.
El concepto pobreza se ha utilizado tradicionalmente para referirse a una condición o situación económica, política y social desigual que afecta a ciertos individuos en la sociedad. Consiste en carecer de lo necesario y lo deseado o lo valorado por otros. Ser pobre representa la carencia de los medios de subsistencia capaces de proveer lo que una sociedad históricamente determinada considera adecuado y necesario para un nivel de vida comúnmente aceptado. Pero ¿qué es lo adecuado, lo necesario o lo comúnmente aceptado? Tales preguntas no son fáciles de contestar porque las respuestas pasan por numerosos filtros valorativos, ideológicos y de clase. Las respuestas están igualmente saturadas por la construcción de utopías y alternativas que diferentes sectores de la sociedad quieren creer que “resuelven” el problema de la pobreza, pero siempre desde la perspectiva de sus intereses e ideales.
Al referirnos a la desigualdad social, política y económica no necesariamente estamos hablando de pobreza, pero sí es evidente que ésta surge de la primera. La pobreza implica la existencia de desigualdad social y económica en la posesión de la propiedad, de la renta, del poder político y de la vida en general. Incluye con toda probabilidad, el sometimiento a una relación de dependencia e inferioridad. Presupone también, y muy probablemente, el vivir del socorro del prójimo y experimentar la necesidad de la ayuda de otros. La desigualdad no se experimenta individualmente y no se reduce a un sentimiento de inferioridad; la desigualdad es una suerte común que se experimenta colectivamente. Presupone la existencia de unos estratos sociales que poseen riquezas y de otros estratos que pueden definirse por la carencia total o relativa de estos bienes. Implica también la mirada excluyente, prejuiciada y a veces despectiva del otro; y la mirada interna temerosa, protegida y a veces también excluyente del otro.
En la pobreza se viven diferentes niveles de carencia como lo son la escasez de recursos, bienes y oportunidades que limitan el desarrollo óptimo del ser humano. En este sentido se distinguen dos niveles de pobreza: absoluta y relativa. Su forma más opresiva es la pobreza absoluta, que se define como aquella condición en la que la privación de los bienes materiales (alimento, vestimenta, vivienda, medicinas) pone en peligro la sobrevivencia del individuo. Este nivel de pobreza es conocido como pauperismo e implica, en la mayor parte de los casos, inanición y muerte por la carencia absoluta de alimentos, albergue, medicamentos o vestimenta. En el mundo de hoy, esta pobreza implica la incapacidad “absoluta” de acceso al mercado de bienes de consumo. Sus ejemplos más dramáticos los encontramos en algunos países donde la hambruna y la total escasez de los factores más elementales para mantenerse vivos, provoca la muerte diaria de miles de personas, como lo es en el caso de Etiopía, Bangladesh y en América, el caso de Haití.
La noción de pobreza encierra también un carácter relativo, que puede definirla como una condición individual, familiar y nacional basada en la privación de bienes materiales, el bajo ingreso y el escaso acceso al bienestar social en general. Se es pobre y se carece materialmente en comparación con otros sectores que sí poseen diversos niveles de riqueza. La pobreza vista desde una perspectiva relativa, nos obliga a la comparación no sólo con aquellos que poseen menos, sino sobre todo con aquellos que poseen más. En tal sentido la pobreza, como antónimo de la riqueza, hace referencia en todas las épocas al poder y el privilegio que acompañan a la riqueza y, por tanto, al desamparo, a la desigualdad social y a la inferioridad que son cónsonas con esta. Las definiciones relativas, suelen comparar los ingresos, el acceso a los bienes y servicios de los pobres con quienes no lo son y se enfoca en la brecha de ingresos que separa a estos dos grupos.
La pobreza es un fenómeno social producido por los seres humanos y no un hecho natural. Es fruto de un desarrollo contradictorio y desigual por el cual los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres. La pobreza implica opresión, dependencia, injusticia y es, por tanto, un hecho generado y mantenido por unas estructuras, por lo que no es posible resolverla sin trabajar con esas estructuras. Es una condición que se define con respecto a una variedad de factores cuantitativos y cualitativos, que cambian a medida que lo hacen los tiempos, las sociedades y las culturas.
La pobreza tiene, además, unas implicaciones cotidianas que difícilmente pueden ser entendidas por aquellos que no la han padecido nunca. Supone privación y carencias en comparación con quienes gozan de una condición de vida más desahogada. Aunque lo más evidente de la pobreza es la carencia material, ésta también implica otras privaciones en el campo educativo, en lo cultural, en lo ocupacional, en lo emocional y en el aspecto del poder político. Desde la perspectiva del desarrollo humano, la pobreza significa la privación de escoger y la ausencia de oportunidades para vivir una vida digna y tolerable.
La pobreza también lleva aparejado un problema de falta de poder político y en muchos de los casos, del interés por hacerlo valer. Aunque en los países del Tercer Mundo los sectores pobres constituyen la masa votante, en la mayor parte de los casos hay una exclusión de dichos sectores de las esferas del poder político. Igualmente, conocer y hacer valer los derechos es una tarea muy difícil para los pobres. Desde esta perspectiva, los pobres son ciudadanos de segunda clase para quienes la democracia se define de manera diferente. Sin embargo, ello no significa carencia absoluta de poder porque los pobres hacen valer sus derechos organizándose, protestando y llevando a cabo demostraciones, en muchas ocasiones de manera espontánea y en otras ocasiones manejados por quienes tienen el poder. Hay situaciones, en que los pobres toman el poder en sus manos (como cuando invaden terrenos, hacen demostraciones contra el alza de precios o contra la contaminación de sus comunidades, etc.) y entonces el conflicto con el Estado y sus estructuras es muchas veces inevitable.
El problema del poder nos lleva a plantear el asunto de la democracia y la igualdad en el seno de la sociedad. Uno de los dogmas de fe de nuestra sociedad es que todos somos iguales. Desde la Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa, hemos escuchado hablar de la libertad, la democracia y la igualdad. Ésta última se ha planteado como paridad de derechos frente al Estado, pero también se ha planteado como reclamo frente a la falta de poderes reales y a la distribución desigual de recursos. Si de algo pueden dar fe los pobres y marginados es de la falta de igualdad cuando de reclamar derechos o defenderse frente a los tribunales de justicia y las demás instituciones sociales se trata. En la pobreza la subordinación ante la falta de igualdad es cosa de todos los días.El reconocimiento de los derechos, tanto por parte de las agencias del orden (policía, tribunales), como por parte de los que sufren la desigualdad, es en la mayor parte de los casos inadecuado. La existencia formal del derecho a la igualdad no obliga en forma alguna a su cumplimiento.
La pobreza en nuestros días conlleva diversas formas de segregación social y racial: los pobres estudian en escuelas para pobres, viven en barrios para pobres, asisten a hospitales, tribunales y hasta iglesias para pobres. De esta forma, la pobreza alude a condiciones de falta de igualdad y trato discriminatorio en la vida cotidiana. La existencia de la igualdad formal, es igualdad ante la ley y no excluye la existencia de leyes desiguales e injustas. Es por esta razón que las acciones de los grupos que luchan por mayor igualdad van encaminadas a exigir del Estado y de los partidos políticos la extensión de los recursos y las condiciones necesarias para el disfrute de la igualdad social y económica.
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